Lleva largas horas allí; pero no sabe cuántas, y apenas si logra darse cuenta de algo más que no sean los cambios de apariencia que la luz provoca en esta especie de cámara fotográfica en que se ha convertido su casa.
Ni siquiera yo, que parezco estar mas lúcido -al menos como para contarlo y en el sentido estrictamente luminoso del término- sé exactamente cuántas horas lleva allí, ni así.
Ni siquiera yo, que parezco estar mas lúcido -al menos como para contarlo y en el sentido estrictamente luminoso del término- sé exactamente cuántas horas lleva allí, ni así.
¿Y quién puede saber cuándo, y cómo empezó nada en este pozo con ventanas?
Los agujeros negros. La luz. Sí. Los espacios entre las cosas que la luz une de forma imperceptible...también. No obstante hay un corte en algún punto del espacio y del tiempo que comienza a hacerse evidente, hay una grieta que aúlla. Esta habitación por ejemplo, donde parece que nada crece y sin embargo...
Es una cálida e iluminada mañana de verano. Él se pudre a velocidades cósmicas sobre ese sillón, frente a un televisor que quizás nunca hizo las veces de. Simplemente estaba allí cuando llegó y ahí quedo, como un objeto mas, parte del mobiliario.
Después de todo así se empieza. Un televisor que se vuelve equivalente a una lámpara, a un adorno (un elefantito de la suerte con billete enroscado en la trompa, por ejemplo), o a una planta. Y puede incluso que se empiece a percibir tanto movimiento en una planta como haciendo zapping.
Esto es real. ¿Y qué no lo es?
Él, esa invención sin intención, quizás no lo sea. Pero en definitiva yo tampoco qué cosa es real y qué no, ciego y hablador, siempre seguro en estos límites. De modo que por su parte se limita a babear un poco -como cualquier criatura agonizante- sobre el desierto blanco que es la ciudad que existe fuera de este interior (donde hoy es feriado por carnaval por ejemplo) y de la cual nunca hablaré.
Luego, comienza a descubrir por última vez -y ya tardísimo- la relación entre su intimidad y sus alrededores con unos paneos muy lentos, como intentando reconocerse en todas esas cosas (muebles, objetos, la pantalla gris plomo del televisor, la rejilla de ventilación por ejemplo) aprovechando una grieta en la frontera de luz y sombra.
Mientras, pasan como ráfagas unas pocas imágenes enigmáticas y perturbadoras con carácter de recuerdo, o al menos así se lo ve experimentarlo desde aquí; de manera elocuente pero sorda.
Pero lo realmente importante de todo esto, lo verdaderamente relevante es que en la habitación contigua, que es la cocina, de la cual está separado por un delgado tabique, un manojo de perejil se niega encarnizadamente a morir.
Y no deja de resultar paradójico, y curioso, incluso para mi que al igual que él tampoco lo veo, que lo verdaderamente importante (y esto es ciertamente una alegría confusa) sea ese lúcido manojo de perejil. Puesto que yo solo veo este animal que jadea parejo y débil, y me limito al intento de descifrar algo así como sus pulsaciones, esa resonancia exterior de un interior, para saber en realidad que pasa entre la luz y el perejil al otro lado de ese tabique.
Con la poca agua que queda en el vaso, el tierno manojo se aferra a la luz de esta mañana como si tuviese -que la tiene al fin y al cabo- vida propia. Pero siempre esa vida un poco prestada, precaria, mezquina incluso y a la vez estúpidamente heroica de necesitar de esa luz que se filtra tan natural y mansamente desde afuera como si fuese un milagro. Ningún milagro.
Y no deja de resultar paradójico, y curioso, incluso para mi que al igual que él tampoco lo veo, que lo verdaderamente importante (y esto es ciertamente una alegría confusa) sea ese lúcido manojo de perejil. Puesto que yo solo veo este animal que jadea parejo y débil, y me limito al intento de descifrar algo así como sus pulsaciones, esa resonancia exterior de un interior, para saber en realidad que pasa entre la luz y el perejil al otro lado de ese tabique.
Con la poca agua que queda en el vaso, el tierno manojo se aferra a la luz de esta mañana como si tuviese -que la tiene al fin y al cabo- vida propia. Pero siempre esa vida un poco prestada, precaria, mezquina incluso y a la vez estúpidamente heroica de necesitar de esa luz que se filtra tan natural y mansamente desde afuera como si fuese un milagro. Ningún milagro.
Hostias, Ulises, puro Tarkovsky!!!
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